viernes, 24 de agosto de 2012

Escribir


"Antaño, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde corrían todos los vinos, donde 
se abrían todos los corazones. 
 Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié. 
 Yo me he armado contra la justicia. 
 Yo me he fugado. ¡Oh brujas, oh miseria, odio, mi tesoro fue confiado a vosotros! 
 Conseguí desvanecer en mi espíritu toda esperanza humana. Sobre toda dicha, para 
estrangularla, salté con el ataque sordo del animal feroz."

--Fragmento de Una temporada en el infierno,  Jean Arthur Rimbaud.


Escribir

Este cuadrado en blanco me produce prepístico escozor.

Mirándolo bien, no es cuadrado, es rectangular.
Tal vez, si fuese más pequeño. Tal vez, si fuese enorme, un muro, y tuviese algunas pinturas a mano.
Aunque eso de muros es cuestionable. Que ya se conoce su largo historial de sociopátas injusticias. Por otro lado, hay muros que nunca fueron muros, solo amorosas protectoras divisiones, y fueron derribadas, arrancadas, con la misma violencia y deleite en el odio con que muros de terror fueron sembrados.

Desde entonces, sufro pachócrisis del reprimido, de cierta ceguera de ojo de lince. De espasmo en el dedo pulgar que impide presionar la tecla de espacio con suficiente fuerza. Todo resulta en enorme mogolla indescifrable que toma tiempo no disponible para ser editado, y nos limita a publicar 
comentarios con  "moderada"  frecuencia (tengo un piso en Twitter, se paga solo).

La palabra "moderado" nunca me ha gustado. Es como lo tibio. Su tono neutral de conforme inercia, de maleable obediencia y bajo perfil, recuerda cuando fuese utilizada en cierta época para definir a algún poeta o escritor "moderadamente izquierdoso", y así salvarle de ser aniquilado por algún régimen que en todo acto creativo alucinaba monstruos. Produce arcadas. 
También "moderado" es el silencio, impuesto como vulgar flagelación de instintos para adoctrinar, premiar el fanatismo, la indiferencia, la enajenación, la ingenuidad, y así evitar el encuentro con verdades que liberen. 
Me encuentro.
Bastante, gracias. 
Me busco y busco, y busco, y busco, y busco, en fin, se entiende. 
Me he buscado, rebuscado, lo suficiente para encontrar a otros y a otras, desde mis antepasados a mis amigos y enemigos. A todos he mirado por dentro, transparentes, frágiles, gelatinosos, en mi reflejo, en su noche o su luz, hasta abrir cajas de Pandora, una adentro de otra, como hermosas muñecas rusas.

La cosa es que, con todo, no me he transformado en San Rimbaud, alabado sea su santo nombre, porque aun me apetece, con todo (obsérvese la insistencia repetitiva del "con todo"), escribir.

Aquí, donde "nací" y aprendí a amar a personas que amo y siempre amaré, sólo por leerles. 

A ellas y a ellos, ¡les saludo!


La Madre Té Fresa en tiempos de cólera.

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