Recorría mi ruta acostumbrada y vi a una señora que conozco, al parecer esperando ‘pon’. Como sé que iba cerca de mi ruta me detuve.
¿Tú vas para la escuela verdad?, me gritó titubeando ante mi pegadizo de Somos Nación.
Sí, venga, le dije, que yo la llevo.
Estaba lloviznando y había subido parcialmente mi ventana.
La señora subió completo su lado y esperó sudando. “¡Nena, no te mojes, prende el aire!”
Es que no funciona, le dije feliz de la vida. “¿Muchacha, como va a ser? ¡Bendito!”
Así estuvo toda la trayectoria hablándome de gente que no conozco y al rato me preguntó si yo era la hija de fulanita.
Le dije, no, soy la hija de zutanita. “¿Y cómo está ella? Hace tiempo no la veo, como yo esto y lo otro, bla, bla, bla.”
Llegamos al semáforo que tarda cien años y un amable conductor con sus ventanas abajo (seguro tampoco tenia aire) quedó a mi lado derecho y como por orden divina subió a todo dar su equipo de sonido calidad de concierto, en puro reagetón.
La señora no se inmutó. Yo le veía mover sus labios y asentía.
Ni loca le iba a pedir que repitiera por mi pérdida de audición y tinitus, para después tener que explicarle, cómo, cuándo y dónde. Así que recité un mantra: energía, transformación, inteligencia-trá, energía, transformación, inteligencia-trá, hasta que fui fumigada por la nube de plastilina gaseosa de varios camiones cuando la luz cambió.
Al fin llegamos a nuestro destino mientras la señora buscaba desesperada algo en su bolso.
“Ay mi santa (o sea, moi), me vas a perdonar, pero estás media sorda, hace raaato vengo diciéndote que se me quedaron unos papeles, así que tendré que regresar contigo.”
No hay problema, le dije y coloqué una grabación de Mad Love, donde al final grabé “Caminito”, tan a tono como surreal.
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