sábado, 21 de octubre de 2006

Muñecas y valientes

En las tardes de escuela elemental me cuidaba mi tía, enfermera en una oficina bastante concurrida.
Es curioso que a sus hijos no los llevara allí al salir de la escuela.
Ellos se iban a prácticas de pelota y a mí, que tenía déficit de atención con-sin hiperactividad, cosa que en esos tiempos era hablar chino entre sordos; bastaba con llevarme a la parte posterior de la habitación destinada a tomar café, casi siempre adornada por sacos con cítricos, mangos y viandas -tubérculos- regalo de pacientes, y darme algunas paletas supresoras de lengua, papel, esparadrapo y algún lápiz rojo de cera de laboratorio, que junto con los efectos escolares en mi maletín, me transportaba en un viaje de casi 3 horas.

Muñecas freaky vestidas de gasa y esparadrapo, con cabello hecho de palitos de algodón y bellezas con bembas rojas exuberantes como tomates, me mantenían ocupada y tranquila.

Todo iba bien, hasta que un día decidí interesarme en los heridos que a veces llegaban y en ver cómo mi tía o el médico les atendían.
Entonces mi tía ponía cara de tabú y me llevaba de regreso al esparadrapo y las gasas con tijeritas que nada cortan, y yo, que tenía una imaginación efervescente, percibí que me negaban algo misterioso y dejé de hacer mis creaciones como protesta.
Resultó que lo que allí sucedía no era nada del otro mundo.
Algunos heridos llegaban chorreando sangre: que si el golpe con el martillo, que si el machetazo en el pie, y por lo general eran hombres bastante valientes.
No sé, habría que estudiar cada caso.
Pero las heridas producto del trabajo para mantener a sus familias, parece que no duelen tanto como las que son producto de peleas o una vida delincuente.
Un día escuché un pataleo y gritos terribles junto a las voces alteradas de mi tía, la enfermera auxiliar y el médico.
Me asomé por una esquinita tratando de no respirar fuerte.
Fue así que lo vi, o al menos, vi el origen del berrinche.
Eran dos nalgas enormes y jinchas que amenazaban con destruir el planeta.
Un hombre se zarandeaba salvajemente de espaldas sobre la camilla, sin dejarse someter a la obediencia. El médico le gritó algo así como “carajo”, y no sé qué otra cosa.
Luego lo sostuvo junto con la auxiliar, y escuché la voz de mi tía decir con gran ternura:
"en el nombre de Dios”.
De inmediato se escuchó un aullido desgarrador seguido de un profundo silencio.
Por eso cuando veo a una enfermera me pregunto si también dice “en el nombre de Dios” antes de clavar una aguja al paciente.
Aun hay quien, con tal preámbulo, quizás distrae su miedo aprendido y se deja.
:

No hay comentarios.:

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.