lunes, 5 de mayo de 2008

Felicidad


Subida casi a nivel del techo, éramos únicamente la vieja ventana, la tarde en silencio, la brisa y yo.
Instantes que sólo puedo definir como felicidad.
Es extraño, ayer también me sucedió.
Viví segundos de comunión entre la única gatita que queda en casa y yo, subida sobre una silla limpiando el abanico de techo.
Su hermano, que no le perdía pie ni pisá, murió hace poco, y días después su madre, la amorosa Gatina, desapareció sin dejar rastro.
Ahora la gatita huérfana se cree que soy su madre y se vuelve loca maullando cada vez que escucha mi voz por la casa.
Tal vez deba sentarme con ella y explicarle con calma la tragedia de las recientes pérdidas.
La verdad, no es hasta ahora que se me ocurre, quizás porque yo también necesito quien se siente conmigo y me explique tanta tragedia.
En fin que, la acariciaba y le decía monadas cuchibús, y ella tan tierna, cerraba los ojos y se dejaba, todo de ensueño.
De pronto se acabó su attention spam y ¡chaz!, me mordió.
Fue suavecito, sólo para decirme que ya bastaba de ñoñerías, pero lo suficiente para perder el balance sobre la silla.
Extrañamente no me caí.
Fue ahí cuando experimenté esa sensación de felicidad, misma que se repitió esta tarde con la brisa en la ventana.
Meditaba trapo en mano, en lo desconocida y distante que se me hacía esa sensación, cuando apareció un Jiichimapú2 (así llamo secretamente a los gorriones) sobre un cable, peleando con otro tan pequeño y adolescente como él.
Así siguieron aleteando a picotazos, enredándose en las ramas de un árbol cercano, donde alborotaron la paz de una reinita que salió disparada a otra rama.
Todo un caos.
Uno de los gorriones se fue huyendo porque el de disposición más fuerte lo tenía dominado, y el ganador, se subió como un rey sobre el cable cerca del limonero, mirándome arrogante.
Qué humano eres, le dije.
Y terminé de limpiar la ventana.
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