lunes, 15 de septiembre de 2008

La mujer de la frente rara



Te lo juro que fue así.
Estaba tranquila mirándome al espejo y recordé esa película en que la chica se obsesiona por un cantautor de rock sin fama, de esos que cantan en algún Pub de poca monta.
Ella era tímida y aburrida como ostra, con autoestima subterránea, y al verlo, creyó que sus palabras descifraban códigos secretos de su vida.

Lo único que le nació fue correr al baño y, mirándose al espejo, rasgó en su frente el nombre del chico con una navaja. Fue tan necia o estaba tan borracha, que lo trazó al revés.
Eso poco importó.
Los medios tipo Enquirer pronto le dieron importancia, y el chico pasó a ser un poco conocido.
Por comodidad o agradecimiento, terminó casándose con ella, viviendo infelices en un para siempre que pendía de lo improbable, porque el chico tenía las mismas ganas de escribir una canción, que de aplastarse todo el día en el sofá bebiendo.
Y yo pensaba, ¡qué ilusos!

Pero aun miraba mi frente.

Tal vez ahí faltaba un nombre o una palabra, algo que gritar al mundo, mejor un tatuaje, porque eso de verme la frente sangrando para luego ser leída al revés, me parecía poco estético.
Entonces me pregunté qué tipo de letra utilizar.
Podría ser cualquiera al estilo handwriting, clásico, gótico o Curlz mt. Nunca Chiller, porque tampoco quiero andar asustando a los niños y que recuerden toda esa basura de Nightmare on Elm Street, o cualquier película de innecesario espanto. Por eso debía adornarlo con dibujitos estilo hindú, paisleys o espirales, y ver cómo le hacía para que destellara luces intermitentes y arrojara alguna musiquilla de fondo, quizás In memoriam, por Apocalyptica, o Ciudad sin Sueño, cantá' por Morente.
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Pero para qué hacerlo más complicado.
Ni siquiera deseaba ese tipo de atención de nadie y el mensaje era muy largo.

Terminaría tatuándomelo en toda la cara, porque eso de “No sólo bipolar, también agorafóbica. Para más información, compra un libro o ayúdame a publicarlo”, ocuparía más espacio en mi cara que en mi alma, si es que al haberme vuelto escéptica para sobrevivir, me quedaba una.
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Por eso decidí no hacerlo.
Como la chica de la película, terminaría cortándome un flequillo frondoso para cubrir un estorbo.
Un desperdicio de energía en explicaciones que, en este egomundo de mentiras, a pocos iba a importar.
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© ALR, Puerto Rico, 2008

En memoria de David Foster Wallace



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