miércoles, 28 de enero de 2009

Osos

Con frecuencia, el trabajo de periodismo fotográfico se reduce al impacto histórico y visual logrado por el profesional tras el lente, cuyo nombre para nosotros los mortales (no expertos en fotografía, arte o periodismo) suele permanecer anónimo; más hoy, cuando parte de la población tiene acceso a cámaras fotográficas digitales.

Sería otro tema, discutir si debido a tal acceso, hoy todos somos posibles fotoperiodistas, al menos por un día “de chiripa”; o discutir la relación trascendental o ausente entre titular noticioso e imagen, por ser los primeros mensajes que saltan a la vista, y su relación con el texto desarrollado, que en nuestra prisa informática pareciera haber perdido importancia, pero sigue siendo la parte más lenta del proceso, hoy en descuido insular, según muchos.

Como sea, asumo que poco se compara con realizar la labor fotoperiodística responsablemente: horas tras el lente, con dolor de ojo y una visión del mundo diferente, estudiada, balanceada en composición, definida o desenfocada, según el propósito; y en un clik lograr perpetuar imágenes terribles o sublimes que prevalecen en el recuerdo, impactándonos hasta los memes, capaces de cambiar la memoria colectiva.
Por eso deseo destacar esta foto publicada hoy en El Nuevo Día versión digital, porque no sé si será lo último de los muñequitos en términos de perfección periodística o artística, pero siempre la recordaré como representativa de la recesión puertorriqueña, 2009.

En primer plano vemos -de espaldas- a una joven y bella mujer de tez negra, que algunos llaman “trigueña” (palabra que me encanta por su sonido y presencia de ñ), con cabello cuidado según la usanza actual (rizos domados), frente a una ventanilla de cristal (o de lo que sea que estén hechas), con letreros que indican estar en una oficina de desempleo.
¡Cuánta información en una sola mirada!
¿Es una joven mujer, quizás madre soltera o estudiante, la imagen representativa de la crisis económica y desempleo in crescendo en Puerto Rico?
Esto ya de por sí es fuerte.
La filera (¿no es así como se le llama a quien hace una fila?), es recibida desde el exterior de la ventanilla ¿por quién?
Nada más y nada menos que, ¡por un tierno oso de tela color crema!
El oso tiene algo blanco frente a su barriga. Voy a inventar que sea una bolsa con dulces en ofrecimiento a visitantes.
Esperanzador.

Pero hay más:
En el reflejo de la joven sobre el cristal se aprecia tras el mismo a otras personas.
Enlazada a su reflejo, como si surgiera del mismo, está la imagen de la empleada con lentes, cabizbaja, oculto parte de su rostro tras un papel.
De su cabeza surge una silueta humana luminosa. ¿Será un fantasma?
Otras siluetas alargadas y oscuras aparecen a la izquierda del reflejo de la joven. ¿Serán extraterrestres, personas que esperan desde el futuro?
Al centro superior interno de la ventanilla, vemos el recuerdo de la navidad, o eso parece.
¿Se han negado a quitar el adorno por ser evocación de algo esperanzador y bello, como el osito, aunque no tan tierno?
Como en la pregunta del huevo y la gallina, empleados, dulces y fofos osos, fantasmas, extraterrestres, figuras desde el futuro y “fileros” (sigo sin recordar su nombre, pero llamarles “filosos” sería otra cosa), se conectan en una misma danza, en la que no se sabe quién vino primero; visiblemente encabezados por la juventud, la belleza, la ternura, la mujer, la piel con tono más hermoso del mundo, la esperanza, persistencia, y el deseo estético con que se arregla una mujer el cabello antes de salir de su casa en busca de progreso, o al menos, supervivencia, sin por ello perder entusiasmo.

¡Qué buena foto!
Me pregunto qué nombre le pondría su autor.
Yo me atreví (otra vez) a llamarla, Osos Trabajando.

Foto: Jorge A. Ramírez.


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