Tú gritas, yo grito

Quise escribir como quien ora ante un altar, desnuda, invocando antepasados y dioses, dejándolos que fluyan.

Escribir con nombre de origen hebreo y el abrigo OP de 1980 cayéndoseme a rotos, sin ná' de envidia por cosa alguna de nadie; que aunque una no tenga ná', siempre hay ratas patéticas que deliran con robar identidades.

Escribir en paz, pero estoy hecha de guerras, de violencia que transmuta, me hace ira, me transforma en extraña conocida, cinco días antes, cada año, vistiendo espectativas ajenas, calzando síndrome de Estocolmo boricua.

La rabia contenida hace mal al estómago, al hígado cuando se le embriaga.

Y al natural, a son de autoexilio y sombra, he conocido de qué no se muere, creyendo en poco; básicamente en que existo en el país de inconciencia colectiva, en una caja fuera de la caja, cursando etapas de efectos de un secuestro.

Afuera, la gente desquiciadamente feliz, celebra males con gula, impone su ciencia de estupidez cotidiana, sobredosificados de ansiedad, mirándose absortos entre las piernas, negándolo a muerte.

Pensé en largarme gritando, en arrancar todo vestigio de "puertorriqueñidad primitiva".

Pensé en transplantes genéticos.

En que la vergüenza no se borra con jabón, ni vomitando.

Cuando me levanté para salir,

un niño me miraba a través del cristal de la puerta,

con sus manitas como binoculares alrededor de sus ojos

(yo no sabía que estaba tan lejos).

Y jugamos.

Life is good!

_

Continúa aquí.

_