Anoche una canción
entró echa dulzura por ventanas tapiadas.
La degusté, neblina afuera
absorta en café y titulares globales:
"Dulce, dulce,
vida es dulce
como siglo de algodón.
Dulce esfera de la espera
dulce cuerpo de ilusión"
Durante medida de tiempo extraviada en sí
se deslizaron pasos en el patio.
No canté más.
Y es lunes, pensé.
Y aun es noche.
Tejí el más profundo silencio
enclavando mil ojos en la tierra.
Recordé los dedos de mi mano derecha
tornarse verdosos minutos antes en el baño,
mi mano viva
acariciando a mi gato.
Recordé a los 43.
Soñé que se habían perdido en extraña fosa
forjada en hierro aún crepitante.
Soñé que eran más.
Que abrazados sus cuerpos
poblaban todo el planeta.
Un chirrido de reja oxidada me hizo saltar a la ventana.
Sin más silueta que mangas cortas blancas
alguien subía la calle
aleteando acelerado
hasta perderse en la espesura
de mi propia oscuridad.
© ALR, Puerto Rico, diciembre, 2014
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