domingo, 26 de marzo de 2006

Histeria de un patán


¿Te gusta?, preguntó con ojos de niño amigable.
Es linda, murmuré en voz ajena, observando en mi mano inmutable el rutilante objeto abanderado.
¿Sí, verdad? Me la vacían por si me entra la locura.
Tragué en seco.  Un frío voraz se apoderó de mi alma.
De repente golpeó su cabeza contra la pared ahogado en llanto.
¡Debes marcharte! 
Dicho esto, extrajo de su casaca mi pasaporte que hacía semanas yo había dado por perdido.
¡No quiero que me acusen de secuestrar a una semigringa que tan siquiera sabe qué es una uzi!

Pasé la noche en vela. Pedí un taxi.
Atrás quedó la belleza del bosque de coníferas y sus ciervos, compasivos ante la vergonzosa naturaleza tan humana: frágil, paradójica, llena de víboras vestidas de cordero, como las que apenas comenzaba a descubrir.

© Ana, Puerto Rico
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