lunes, 28 de agosto de 2006

Maltrato psicológico y aceptación sociocultural

Hace poco en Italia, un padre de una familia musulmana radicada allí, terminó con la vida de su hija y fue ayudado por otros familiares para enterrar su cadáver secretamente en algún terreno con su rostro mirando hacia la Meca, por según ellos ser la vergüenza de su familia al decidir arreglarse, divertirse y amar como cualquier chica de su edad en un país moderno y convivir con un italiano sin casarse.
La búsqueda de la chica comenzó cuando su pareja notificó su ausencia, un día antes de su padre asesinarla.
Parecería una reacción esperada dentro del marco extremista islámico, donde el fanatismo e ideas de inferioridad y sumisión de la mujer son aceptados como única manera de convivencia entre los géneros. ¡Ay de aquél o aquella que se rebele o quiera vivir otro estilo de vida, tendría que escapar lejos de toda influencia de los suyos para poder sobrevivir! Aun así quedan los golpes a la psiquis, los que nadie ve.

No soy musulmana, pero esta aberración extremista me recordó a algunos miembros de mi familia que han padecido el Síndrome de Estocolmo (estado psicológico en el que la víctima desarrolla una relación de complicidad y codependencia con su victimario), producto del maltrato psicológico (no físico, hasta dónde conozco) como estilo de vida aceptable en relaciones de pareja de aparente estabilidad en clase media trabajadora.
Durante años fui orientada a pensar que el hombre-patriarca merece toda la atención y prioridades dentro del núcleo familiar, por encima de los hijos, la madre y los deseos o necesidades de estos. Sus decisiones controlan el destino y conducta familiar, y sin su aprobación, las cosas no se llevan a cabo de no ser secretamente. Las quejas se hacen a puerta cerrada, y el comportamiento y palabras del manipulador se aceptan con un “él es así”, “un día cambiará”, ambos, argumentos probados falsos.
Mi abuelo materno comenzó esta “leyenda” sufragada por la ignorancia propia de la época, su ambiente y creencias religiosas, misma que, durante décadas, acompañó o acompaña a sus descendientes como tatuaje o caja de Pandora.

Irónicamente, la mayoría de relaciones de pareja en mi familia paterna pertenecen al grupo saludable donde hay respeto de las partes, comunicación efectiva e igualdad de condiciones, pero al quedar huérfana, no tuve a mi padre, ni las influencias de los suyos de manera constante mientras crecía. Como cualquier niño, era inevitable identificarme con la imagen paterna de los hombres cercanos a mí, y las respuestas o comportamiento de las mujeres en mi entorno, fortalecidas por creencias religiosas como regla irrefutable que alimentaba tales comportamientos.

Lo diré suavecito para que los muertos no se levanten de sus tumbas:
Mi abuelo materno era un machista controlador de cada movimiento en la familia y mi abuela materna era sumisa, presa de ansiedad por tenerlo contento o de rabia por tolerarlo. Desconozco si él la trató con agresión física, pero ella era su posesión espiritual. Su mente, sus sueños, su espacio, su respiración, su corazón, le pertenecieron hasta su último día en que le dejó de latir por un infarto causado por el estrés de no haber conocido un espacio para ella que no fuera escapar durante horas a la iglesia.

Sí, soy producto de tal educación errónea y así mis fracasos y debilidades, pero también soy producto de la toma de conciencia y mi deseo de cuestionarlo todo buscando respuestas más allá de la conformidad.

He escapado la conformidad a mi manera, durante años de horrores y errores. Cuando es tu familia quien acepta y mantiene tal filosofía en una sociedad que sólo mira lo externo y no ve nada identificable como maltrato, la lucha es constante y agotadora, una lucha que desemboca en problemas que se ramifican y sólo es posible enfrentar a través del desarrollo de autoestima, autoconocimiento y educación.

Difícilmente puedo hablar con mi familia de estos temas. Han aprendido a vivir en negación o me censuran. Para muchos es preferible no desenterrar muertos y seguir con su vida diaria, que ya bastante complicada es (¿gracias a lo mismo?), pero hablarlo es la base de erradicarlo.

La única manera posible de exorcizar demonios es enfrentándolos.
La experiencia me ha servido para distinguir lo inaceptable. No quiero monstruos en mi armario que me impidan mirar el horizonte. El silencio sólo sirve para perpetuar lo incorrecto.
No me considero feminista, ni pretendo generalizar. Me consta que en nuestra sociedad, existen hombres y mujeres con la autoestima en su lugar, capaces de empatía, de participación responsable en sus roles y de respeto por sí mismos y los demás como bandera.

Tomando como motivo, la ola creciente de violencia doméstica, maltrato físico y/o psicológico que vive mi país, con el deseo de romper con la ignorancia y silencio que alimenta los ciclos de maltrato y su permanencia en cualquier sociedad, defino mi compromiso con la verdad.
Por tal razón, iniciaré el tema del maltrato psicológico (los golpes que nadie ve) en varios posts de carácter educativo que iré presentando, deseando sirvan de luz al menos a una persona, rescatándole del ciclo de maltrato y sus efectos.
¡Alto al maltrato en todas sus manifestaciones!
Eduquémonos al respecto.

No más víctimas!


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