El problema es el final, le dije doblando las piernas en postura indígena, amasando galletas de avena.
- Ya, me recuerdas un personaje de Juanito Profundo. Decía exactamente eso. Parece que todos los finales son un problema.
- Nena, contesté redondeado una galleta. me refiero a que ese final, lo mata todo.
- ¿Y no es eso lo que se supone que haga un final?, cuestionó.
- ¡Qué sé yo! Pero ese final destruye lo bello creado. Es como que, tienes un paraíso, y sin caos ni aviso previo le lanzas “la bomba”. Destrucción, crueldad y violencia, como única alternativa a la transformación, a la libertad (sigo amasando).
¡Mierda! ¿No es eso lo que nos está pasando?
- Quizás. O hay algo en el aire. Por eso mejor desconfiar del paraíso. Algo oculta que luce tan perfecto. Recuerda a Shakespeare:
“I am so far in blood that sin will pluck on sin”
- Guau, yo ni me acuerdo de Shakespeare y tú recitas una línea.
- Es la única que me sé, dijo. Algo bastante inútil por cierto.
Mira, olvida el bendito final y escribe otra cosa. Habla de cuánto te intoxica el diesel satánico del vecino antiecológico, de cuánto te exasperan los cultos cristianos por micrófono en casa del otro, o eso de que Fidel debiera gobernar aquí una semana para que esta isla se enderece.
- Hmm (amasando galletas). "I am so far in blood, that sin will pluck on sin", ¿no es ese el mantra de Bush antes de ir a dormir?
- ¡Ja! Oye, cuántas galletas haremos?
- Unas 300.
- ¿A $1.00?
- No, a 75 ¢.
- Eso no alcanza ni para pan y leche con IVU.
- Ya te lo dije, el problema es el final.
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