Uno de los familiares que más he querido y admirado en mi vida era policía, como los miles que hoy recorren mi isla, trabajando a cualquier hora, enfrentando todo tipo de adversidad y situaciones descoloridas de amor, caóticas, violentas.
Corrijo, mi tío no era un policía común. Digamos que era un hombre anómalo, extraordinario.
Alguna vez creí que era su fe religiosa lo que le hacía pacifista y le movía a realizar actos de caridad incondicional a diario, pero era mucho más que eso.
Tenía que ver con los valores de respeto por la vida ajena, las mujeres y los niños, los enfermos, pobres y ancianos que había aprendido de niño en la vieja casa de campo en que creció rodeado de esfuerzo y trabajo, de muchos hermanos, a veces, de ir a dormir con hambre. Tenía que ver con ciertas técnicas que a mis seis años miraba con recelo, porque captaba en ello la cortina de humo innecesaria de los misterios adultos. Por eso me parecía indescifrable cuando regresaba de su noche de trabajo en ambientes peligrosos y saludaba entre dientes, serio serio, siempre besando a mi tía, saludando una imagen de un Jesús con el corazón por fuera y sangrando que había en la pared y desapareciendo luego como fantasma tras la puerta de su habitación sin decir palabra.
A ese punto no había quien se atreviese a interrumpirle. No había ruido, pero por alguna razón yo percibía que algo ceremonial ocurría allí adentro. Minutos después, aparecía cambiado de ropa con otra bajo el brazo y volvía a desaparecer tras la puerta del baño. Al salir, mi tío volvía a ser mi tío, el no misterioso, con costumbres jíbaro-españolas mientras comía, y yo no paraba de mirarle cual espía tratando de interpretar sus códigos.
Tardé media vida en comprender su ritual oscuro.
Tras la puerta, vaciaba su arma de reglamento, la metía en una caja de metal con llave y ocultaba todo en un enorme baúl con candado.
Ahora comprendo que mi tío realizaba un acto de amor y respeto. Se estaba desarmando, algo que debe hacerse obligatorio para la policía de mi país al culminar su horario de trabajo, ante el aumento de casos de violencia doméstica y necesidad emergente de ayuda sicológica apropiada y constante, que se manifiesta progresivamente en dicho grupo trabajador.
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Imagen: Naelle Devannah
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