Una mañana de 1953, el sol pegaba suave pintando el exterior de tu trinchera y tú,
mi bello, bello, bello, en pan doblao' mode, con menos hambre que falta de sueño, portando ojeras de alto calibre y sonrisa que no era sonrisa, más bien ganas de sonreír sin ganas agarrándose a los dientes, posaste para una foto.
¿Quién diablos iba a enviar una foto a su madre que dejó llorando porque, "me llevan al más chiquito o si no, va preso", sin mostrarle una sonrisa de "estoy vivito y coleando"?
Con un fusil colgando de un hombro, un cuchillón del otro lado y el fashion statement del casco, poco importaba que el uniforme estuviera arrugado o que las botas te fueran succionando, sorbiendo tu cuerpo como segunda trinchera sin fondo.
Querías vivir para salir de allí, eso era claro, tan claro como el cielo al iluminarse con explosiones. Querías vivir para conocer a aquella estudiante de secretarial que en el 50 saltaba una cerca para ocultarse de "los malos" durante la Insurrección Nacionalista.
Querías vivir y, por suerte, pudiste, para jugar con esa nena que te salió un poco jincha, creo que por la nevada que caía cuando nació. Después tomó mucho sol, te lo prometo.
Y cuando tu cuerpo no aguantó más los tóxicos en el aire y en el agua que tomaste aquellos días atrincherados, y te difuminaste con la noche en una cama de hospital, ella gritó.
Gritó toda la noche arrastrándose a tumbos en su cuna, como si supiera que ya no te vería más.
¿Sabes?
Eso de crecer sin padre no fue tan cool.
El anima y el animus se vuelven insaciables cazadoras de pedazos.
Los días de fiesta se vuelven hoyo de preguntas.
¿Te habría llamado papi, papá o dad?
No estoy segura de que te fuera indiferente, porque supe cuánto amabas las cosas de esta tierra, Tu Tierra, en la que no pudiste morir.
Pero bueno, los muertos no leen blogs, y el alma, si es un estado de conciencia, a saber dónde reside después de abandonar el cuerpo.
Aun así, mientras la ciencia se decide a ser capaz de descubrir nuestra humana verdad, me tomo el riesgo de decirlo por digitalizada primera vez:
¡Gracias papá!
¡No sabes de los dolores de cabeza que te salvaste, y yo, quizás, de unas cuantas nalgá's!
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Fotografía: mi padre, Corea, 1953
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5 comentarios:
oye, me has hecho reír y llorar a la vez! muy muy adentro me llegó esto. gracias.
vaya que parecido es este relato a lo que sufrimos muchos de nosotros, las consecuencias de lo imperdonable, la idiotez de la guerra...
FM
¡Qué relato más conmovedor! ¡Qué guapo era!!
Yo creo que sí está leyendo tu blog y seguramente es el que te inspira tu vena poética desde donde esté.
Asiray:
Entonces logré transmitir lo que sentí. Risas y lágrimas.
Gracias a ti por leerme!
F.M.:
Así es el efecto multiplicador de la guerra.
Va más allá de sus fechas.
Ivonne:
Sí, era muy lindo mi papá. :)
Creo que sí tiene algo de "culpa" por mi manía de desahogarme escribiendo. Cuando llegaba hecho leña de trabajar, me daba el diario que traía (vaya juguete) para que me distrajera mientras se ocupaba en otra cosa.
Tendría yo menos de 2 años y los miraba atenta sin comérmelos. :D
Que bien te leí querida Ana, y que bien tambien te sentí. Nos toco supongo lo que nos toca vivir, asi le sucedio a él, asi te sucede a ti, y asi, a mi.
Cariños para ti
tu amigo
Agustín
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