martes, 3 de febrero de 2009

El alma del autoestima insular


El alma del niño

El alma del niño parece no percatarse de las cosas; pero las recoge todas y las absorbe; guardándolas avaramente en sus estratos más profundos; y allí, lentamente, mientras a los ojos vulgares el niño juega y ríe en plena e inconsciente inocencia, se van fraguando el espíritu y el carácter del mañana en moldes definitivos. Lo que seremos luego, en este orden de cosas, está ya escrito desde nuestra niñez, y lo escriben las acciones, las palabras, casi los pensamientos de los que nos rodean desde la cuna. Delante de un niño, ningún respeto es nunca suficiente; exige su presencia de la misma pureza aún en las intenciones, que exige la presencia de Dios.

Gregorio Marañón


"Los hijos no son “los otros” para los padres, porque son vividos como si fueran uno mismo."

Quien no sabe amarse, tampoco sabrá amarlos ni protegerlos.


El alma del autoestima insular

Como puertorriqueña, hay noticias insulares que me dejan como iglú.
Otras parecerían poéticas, de una poética oscura y desesperada al borde del abismo, al fondo del caño; poética propia de tiempos de crisis, guerras, narrativa de un secuestro silenciado en negación, abriendo zanjas de sangre y fuego en la tierra.

Es más sano no verlas ni escucharlas, no leerlas.
Seguir con la fiesta en paz, escapistas.
¿No es precisamente eso lo que como colectivo social hemos hecho durante toda nuestra historia?
Escapar, silenciar, callar, aceptar, pasar de largo ante el horror inenarrable, devaluarlo a majadería cotidiana superable por los menos débiles.
Criticamos, señalamos a quienes consideramos en inferiores condiciones, dando hipócritas gracias a algún dios, porque “no es problema mío”, porque “qué suerte que no me pasó a mí”, y nos felicitamos por ser tan fuertes, antes de dar la espalda.

Así pensaba el corazón coraza, el corazón de azufre infernal puertorriqueño, el del jíbaro que se negó a sí mismo, porque no supo amar ni amarse. Como método de supervivencia le funcionó.
Hasta ahora.


Somos los hijos del "mantengo" de Muñoz, hijos de familias que callaron abusos sufridos, y que, "pegándoles encima del golpe", maltrataron con ignorancia y silencio. Hijos de padres y madres más pendientes a la apariencia, al trabajo y cosas adquiribles como símbolo de desprecio a la pobreza, que al desarrollo de autoestima y respeto, de sanidad mental.
Los maltratados se volvieron rebeldes, con odio por sí mismos, con falsa autoestima. Se hicieron enemigos sociales desentendidos, mientras sus madres, fieles a la negación, gritaron en su defensa a brazo partí'o.

Qué más se puede esperar, si la barbarie que depreda lo sagrado de nuestra supervivencia, se maquilla con respeto y protocolo que salvaguarda derechos de los menos que animales, enviándoles de vacaciones.
¡Y ya!
Vuelven libres como huracán vestido de brisa, a continuar infiernos de abuso y paranoia, a tejer nidos de autodestrucción, a cultivar adultos que asumen posición fetal entre ataques de ansiedad o pánico, con dolor escondido bajo tantas capas y máscaras, que hasta ellos mismos le restan importancia a su siniestro a manera de consuelo escapista, de Síndrome de Estocolmo; o en casos peores, se hacen nuevos abusadores o maltratadores continuando el ciclo de horror, de maldición, mientras por fuera sonríen.

Por eso la gente se hartó.
Algunos dejaron de creer en el sistema, en acto de impotencia y desesperación. Se volvieron más salvajes que los salvajes, tan violentos como los violentos, por proteger al que calla, porque no puede hablar. Tomaron la justicia en sus manos como único modo de posible salvación del futuro, de la inocencia, de la dignidad que aun les queda, dignidad que quizás ni conocen, pero que vislumbran posible soñar.

De mala manera, el ciclo inescapable comienza a cuestionarse.
Tanto silencio y dolor tenía que estallar por alguna parte.
Y estuvo mal.
Y fue horrible.
Y parece pesadilla.
Porque es pesadilla.
Nuestra pesadilla de silencio y negación estallando contra paredes sociales de subsistencia, contra la inercia misma.

"El niño aprende lo que vive", leía un mensaje.

Y tú ¿qué aprendiste?

¿Qué educas?


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