Un ¿qué te cuento? de invierno ve la luz en primavera,
vestido con el mismo abrigo.
N i e b l a
Pintura Experimental
Comentarios del autor en torno a la obra:
¿A qué imagen aludir cuando una vida de silencios atropella lo bello?
¿Cómo lo harían los grandes artistas?
¿Un punto, una raya, nudos paralelos que cuelgan fuera del lienzo dirigiéndose a ninguna parte?
Son las 6 de la mañana de un domingo, y por más que me pregunté toda la noche, no fue fácil dar con la respuesta.
No sabía si pintar una selva, un infierno o un desierto, puertas cerradas en la nariz, destilando humillos de angustia y miedo.
Así que me fui por los sentidos.
Es imposible visualizar la imagen, sin escucharla, sin olerla.
Huele a sangre en la boca por palabras cortadas, a estiércol, suena a pájaro inalcanzable en la distancia de mil ecos.
Es de alguien, un hombre, sentado mirándose al espejo.
Junto al espejo, hay un ordenador y una ventana a su lado izquierdo.
Reconoce en su reflejo a alguien que desconoce.
Ése no soy yo, se dice.
Por la ventana se escucha el aleteo de pájaros negros, changos-cuervos boricuas, entregados a la faena de besar su canto entre picoteos sobre la hierba.
Están desnudos, flacos, faltos de energía.
No quieren volar, no pueden, ¿no podrán?
Ha llovido la noche anterior. Las hojas de los árboles se mecen, brillando al ritmo del viento.
Al fondo del paisaje, nubes, humo, humedad, se unifican.
Son niños que suben a los árboles tejiendo un vestido de bruma.
Hacen mil fríos nevados tropicales, que el hombre cobija con su abrigo desteñido.
La voz de sus pensamientos se hace rumor audible.
¿Por qué no puedo abrigar mi dolor cuando me abrazo a mí mismo?
Su rostro pintado de ojeras y su pelo, desteñidos como su abrigo, le hacen lucir desnudo y débil como cuervo-chango.
Pasea su vista del espejo a la ventana y de regreso.
Entonces, algo cae de la nada, un latigazo de luz se mete por su frente.
Levanta la tapa del ordenador y escribe:
“He vivido saturado de exceso de inocencia, de sueños aprendidos,
tratando de encontrar a alguien
que me quiera más de lo que me amo a mí mismo,
aunque sea por mi sexo o lo adquirido.
He conocido el desamor, vivir con la sangre coagulada de furia,
cuando el silencio arranca toda esperanza
y nos despierta bajo capas de mentira sobre su tumba.
Es una imagen funesta, terrible,
descubrir que no existe amor en compañía, que supere el propio.”
Relee lo escrito y enciende un cigarrillo con placer postamatorio en su mirada.
Sus ojos vuelan junto al humo por la ventana, sin ver el mensaje que surge a la derecha inferior de su monitor.
El texto lee:
¡te amo! ¿por qué has desapar…
Sin mirar, cierra el ordenador, sale de su habitación, se acomoda el cabello con agua, se pone un saco gris sobre una vieja camiseta negra con rostro de Einstein, agarra una mochila, se sube a un auto y se marcha…
¿Se marcha?
¡Se ha marchado!
¿Adónde va?
¿Adónde?
Ya no se le ve.
Se pierde en la humareda blanquecina, quedando nada que indique perspectiva, sólo carencia empastada de niebla, cero.
Yo siempre estuve allí, mirándole, agitando mis manos, haciendo ruidos y voces buscando llamar su atención a través del cristal que nos separa, pero él nunca me vio, tan siquiera movió sus ojos hacia la pared dimensional tras la cual mi cuerpo se encontraba.
Es por todo lo anterior que mi lienzo permanece en blanco.
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