sábado, 13 de mayo de 2006

Hijas e Hijos

Me había propuesto concentrarme en la clase de filosofía con el fin de poder asimilar lo que el profesor consideraba importante y no enloquecer memorizando del libro a secas. Me sentaba en primera o segunda fila los primeros días, pero el amable profesor comenzaba a mover sus labios y de pronto yo me alejaba fingiendo atención, sintiendo los ojos me taladraban el cerebro hasta la tortura, cayendo en trance mientras mis párpados pesaban como elefante y el libro se convertía en almohada.
Ya la segunda semana comencé a sentarme un poco más lejos, porque la verdad estaba brutal dormirme así descaradamente. Aprendí a crear una cortina entre mi cara y la del profe con el mismo libro, mientras detrás mi cabeza se posaba sobre otro libro y yo soñaba cosas lindas. Cuando finalizaba su conferencia, como si tuviese un reloj despertador interno, mis ojos se abrían milagrosamente.
Un día sentí tal vergüenza que antes que él saliera lo atajé y le dije,
-profesor, perdone usted que me duerma en su clase, no sé si es la hora, pero no lo puedo evitar.
El fue muy comprensivo y me preguntó si quería darme de baja.
-No puedo ya, le dije.
-No eres la primera que se duerme, encárgate de leer por tu cuenta, entrega los trabajos y toma los exámenes- me dijo.
-¡Chévere!-, pensé, -este me va a colgar.
Así que seguí asistiendo a mi siesta filosófica sin poder evitar que el bendito sueño me atacara. Creo que el profe luchaba por abrirme los párpados cuando me miraba, sin obtener resultados, pero cuando el sueño comenzó a tumbarme en la clase de teatro y hasta de música, comencé a preocuparme.
Según yo, descansaba bien.


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Sentada con mini y tenis, el cabello hecho un revolú, libros en mi falda (por no encontrar donde ponerlos) y la mochila y sombrilla sobre el suelo, el doctor Ramírez me miró sonriendo con la serenidad de quien está acostumbrado.
-Tienes casi 3 meses de embarazo, me dijo.
-Ahhh-, contesté poseída de luz y sonriendo como quien se gana la lotería, -me lo imaginaba, por eso tanto sueño, y por eso cuando paso por "los chinos" mi estómago quiere salir por mi boca. No soporto ver, oler o imaginar un huevo, sea frito, hervido o crudo, ni el olor a tabaco y nada de eso es normal en mí. Aunque en mí, eso de qué es “normal” y qué no lo es, nunca ha aplicado.
-Bueno-, dijo al rato de dialogar, -hazte estas pruebas y me las traes la semana entrante.

No sé si sería el agua de Santa Rita, pero yo andaba alucinando de felicidad como si mi vida hubiese tenido sentido sagrado sólo a partir de ese instante en que decidí ser medio de desarrollo y vida para otro ser humano. Había sido de esas niñas que soñaban secretamente la felicidad como sinónimo de muchos hijos, florecitas y pájaros preñaos y ya al menos estaba como pájaro.
De repente me dio por consumir lácteos en todas sus presentaciones, contrario a mi alimentación regular que consistía en picar tonterías y ayunos suicidas alternados con vegetarianismo. Era como si el cuerpo mismo indicara el camino a seguir en lo que me hacía bien o mal con tal de brindar protección a la vida que llevaba dentro, y comencé a leer cuanto libro y revista de maternidad, embarazo y parto me cayera en las manos, porque la verdad a ese punto mis sueños infantiles se habían esfumado y no tenía mínima idea de qué era un bebé ni como cuidarlo.

Con expresión grave no usual en él, dos meses después mi médico me habló.
-Hay un problema muy serio, estás mostrando síntomas de preclamsia y si no pasas estos siguientes meses acostada por completo y siguiendo una alimentación adecuada, pones en riesgo tu vida y la del bebé y como poco tendrías que hacerte cesárea con un bebé prematuro. Así que seguí sus recomendaciones al pie de la letra.
Ese semestre no estudié. Tras confirmar la noticia de mi embarazo, estaba feliz y le comuniqué a mis 4 compañeras de hospedaje la nueva Nueva, sin contar con que el come @#$% viejo hipócrita dueño de la casa donde me hospedaba, le dijo a su hijita linda que me sugiriera buscar otro hospedaje, ya que no era bueno tener allí embarazadas solteras pues creaban mala impresión de su hospedaje de niñas buenas, cristianas, de colegio, nerds, etc.
Su comentario no me importó tres fideos porque estaba loca por no verle la cara más, ya bastante presión tendría con mi familia inmediata conservadora, y aunque por encima de haber sido antisocial y con un déficit de atención severo, me llevaba súper bien con dos de ellas, pero estaba harta de ver como una regresaba de janguear al salir el sol con la nariz hecha sangre a dejarse caer en la cama cercana a la mía, hablando y gritando dormida e interrumpiendo mi sagrado sueño.
Así que un domingo la hijita linda de su padre me dijo que debía hablar conmigo en privado, y después de soltar el “misterio” con aquella pena tremenda en su cara bondeada por lancome, clinique y elizabeth arden, me quedé como si conmigo no fuera, mientras prendía la radio y recogía todas mis cosas.
-Nena, pero no es que te vayas ahora-, me dijo, persiguiéndome por la casa.
-Si-, le contesté, -es que vine a decirte que me mudo.
No le expliqué más y me marché esa misma tarde.

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-Los felicito a los dos-, nos dijo Ramírez, -por haber hecho lo que te recomendé. Podrás tener un parto natural como querías. Yo creo que aun te queda una semana, así que ve haciendo tu maleta y arreglos.
-Ya la hice, contesté.
Esa misma madrugada a eso de las 3 AM me explotó un dolor, como esos de cuando te cae mal lo que has comido. Fui al baño unas 3 veces y desperté a mi compañero.

-Fulano, ya es hora.
-Mfff, respondió.
-Que yo creo que ya viene el bebé, despierta!
-No puede ser, Ramírez dijo que falta una semana. Zzz.
-¡Si, pero el bebé dice que es ahora!
Y con calma me fui por mi maleta y cosas, lo dejé todo junto al auto y me fui a caminar por la marquesina.
No sé cuánto tiempo pasó, pero tuve la impresión de que el padre de mi bebé corría por toda la casa buscando no sé qué cosa como desesperado. Luego supe que buscaba mi maleta.

Al fin, ya en la autopista camino al hospital, me pareció que íbamos a 5 millas, pero sentía paz y felicidad total, hasta que un médico me dijo que aun no había dilatado suficiente, y que si no había cambios me enviaba de vuelta a casa. Creo que con mi mirada le hablé acerca de su madre, porque estaba segurísima que era el momento, y que si me iba, pariría en el auto. Al rato me vio otra vez y llamó a la enfermera.
-Una enema para esta paciente.
-¿Una queeeee?-, dije como si hubiera despertado, pensando en que ya con las 3 veces que había ido al baño sólo quedaban mis intestinos vacíos.
Le expliqué, pero fue en vano.
-Hay que hacerlo como sea-, me contestó y se fue.
Entonces comencé a extrañar a mis médicos, tan éticos y humanos, mientras en silencio corría en bata desde el baño a la ventanita de este, en la que me recostaba como borracho de cafetín sufriendo penas entre contracciones que no sabía si eran intestinales o uterinas, en lo que fue el único momento de tortura que recuerdo del proceso.
Los empleados comenzaban a llegar al hospital, otros se iban, el sol salía, y yo sentía que para traer un hijo al mundo parece ser conveniente nacer de nuevo antes, toda limpia y pura. Al fin una enfermera se compadeció de mí y llamó a una doctora que decidió pasarme a sala de parto, que parecía mas bien la sala de las condenadas, pues allí había unas 7 mujeres gritando y maldiciendo, peleando con todo el mundo.
¿Diantre, que le pasa a esta gente?, pensé, recordando que una vez me había roto 19 huesos en un accidente y el dolor que ahora sentía era de VIDA, no de "casi muerte" como aquél. Así que me concentré en respirar y poner atención a la frecuencia de mis contracciones durante las cuales intentaba doblar el tubo de la camilla en silencio. Nada allí se parecía a los partos que había leído y mucho menos a las indígenas pariendo cerca del río, ellas solitas en comunión con la naturaleza y acaso alguna ayudante, sin andar quedándose con el mundo a gritos.

-Charras-, pensé, -les caería a palos para que se callaran, ¿no ven que estoy por traer al mundo una vida y no quiero escándalo?
Para colmo según comentaban entre lamentos, la mayoría ya había pasado la experiencia antes, pero parecían sacadas de una película de hollywood en que las mujeres gritan como locas histéricas en partos repentinos dentro de un taxi, tren o avión. No entiendo aun por qué es necesaria tanta violencia y victimización ante el dolor natural para recibir una vida humana.
Finalmente llegó un médico seguido de unos 10 estudiantes y como si festejara navidad dijo, -¡Mira que buenooo!, vamos a romperle la fuente a esta paciente porque sus contracciones están muy rápidas y aun no rompe sola- y todos miraron con atención, mientras yo soltaba el mar en que nadaba mi anfibia adorada, hecha en Santa Rita con amor.

Llegó al fin la doctora Mangual, ya que Ramírez no fue localizado y para total felicidad, me alejaron del infierno de mujeres locas.
-Puja un poco, me dijo. Pero al hacerlo sólo una vez, casi salió disparado el bebé, que era LA bebé (había pedido no saber su género cuando me realizaban sonogramas, pero hasta en sueños le veía ser niña) y la doctora casi se infarta, pero para mí, “un poco” significaba con fuerza, porque percibía que ya mi hija estaba harta de estar ahí adentro buceando y quería ver el mundo que había escogido para vivir y crecer.
Al salir, pedí la pusieran sobre mi pecho y de inmediato ella abrió sus ojos y me sonrió mágicamente. ¡Wow! ¡Era una angelita!
Supe que tanta belleza y perfección no podía ser llamada de manera común.
Todo esto aconteció un día como hoy hace 18 años, un día antes del Día de la Madre.
¡Felicidades hija, en tu cumpleaños, gracias por compartir tu sabiduría, amor y alegría durante estos pasados años!

¡Feliz día a todas las hijas e hijos en el día de la madre!

2 comentarios:

AsharEdith dijo...

Descubrí tu blog hoy. =0)
Y que bueno que lo encontré porque me gustó mucho tu historia.

Ana dijo...

Gracias!
Acabo de encontrar tu comentario hoy. Bienvenida siempre! :)

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