domingo, 19 de octubre de 2008

Fantásmica VII: Wendy

Fantásmica
(Archivo Espeluznante)
VII


Wendy

No sé en qué estaba pensando mi madre al elegir mi nombre.
Ha sido mi maldición.
Lloraba cada mañana por no querer ir a la escuela y escuchar las mismas burlas una y otra vez:
¡Wendy Mc Donnald! ¿Dónde dejaste a Burger King? O, ¿eres la hija de Kentucky Fried Chicken?
Mi madre ni cuenta se daba. Sólo una vez me dijo que me sintiera orgullosa de mi nombre. Que poca gente se llamaba Wendy McDonnald López. Que cada cosa en la vida tenía su lugar. Creo que lo dijo con algo de culpa por haber escogido a un marino mercante a quien sólo vio dos veces en su vida para que fuese mi padre. La segunda vez que lo vio, él me registró con su apellido.
En fin, que con el tiempo una se adapta.
Logré graduarme de Bachillerato en Administración de Empresas con altas calificaciones. Mi sueño era continuar estudios, pero para pagarlos debía trabajar.
Así que adivinen en dónde terminé haciéndolo.
No, ni en Wendy’s ni en Mc Donnald’s.
A duras penas conseguí una plaza vacía en una franquicia de comida rápida con ínfulas de restaurante.
Allí tomaba órdenes y cargaba platos todo el día, y cuando visitaban algunos clientes con alcohol elevado en la sangre o ganas de impresionar, me dejaban algunos dólares inesperados.
No era mucho, pero ayudaba a pasar por alto que el gerente del restaurante tuviera menos edad y estudios que yo.
En las noches estudiaba. Pero mi madre enfermó y tuve que dejarlo para aumentar mis horas de trabajo. Lo que ganaba permitía escasamente pagar sus medicinas y el sueldo de quien le cuidaba cuando me ausentaba.
Viajaba diariamente hora y media de ida y un poco más de regreso, pero me sentía llena de vitalidad.
Bueno, ¡en realidad estaba deseando mandarlo todo a la mierda!
Atrás quedaron mis sueños de viajar el mundo como mi padre, mientras mis deudas y gastos crecían y yo no daba abasto. Pero como he dicho, una se adapta.
Algunos amigos me sugerían cambiar mi trabajo por uno más cercano con menos paga y menos beneficios. Decían que la autopista tenía mala fama por sus lagartos, accidentes y apariciones, pero conmigo no era la cosa.

Una mañana salí temprano de casa. Aún estaba de noche. No había pegado un ojo la noche anterior cuidando de mi madre, pero los médicos decían que el tratamiento estaba haciendo su efecto y felizmente, estaba mejorando.
Así que la dejé con la Sra. que le cuidaba y tomé como siempre la autopista al sur, que por lo general estaba casi vacía a esas horas. Por eso me sorprendió ver tantos autos dirigirse en la misma dirección que yo.
El tránsito y sus luces me animaron. Puse música. Al lado del camino- Fito Paez.




A mitad de la ruta noté algunos autos que pasaban a velocidad increíble por el carril contrario al mío, haciendo señales de luz.
Seguramente la policía estaba haciendo un bloqueo de autos, o había un accidente. Reduje la velocidad y revisé si tenía todo en orden: licencias, cinturón, señales, luces. Apagué el mp3 para no distraerme.
Miré el reloj en el tablero: 7 am. Raro, ya a estas horas ha salido el sol.
Pensaba en eso cuando a lo lejos distinguí unos 20 autos policíacos bloqueando el paso. Había unos 100 autos o más detenidos en la autopista, aunque no podía distinguir con exactitud por la oscuridad.

Al acercarme al caos me detuve y un oficial se acercó a mi ventana.
Bajé el cristal acaso dos pulgadas.
Me pidió licencia del auto y mía y alguna otra identificación, mismas que ya tenía a mano y le entregué de inmediato.
El oficial dio varias vueltas alrededor de mi auto revisando todo antes de volverse a acercar por mi lado.
¿Así que es usted Wendy Mc Donnald? Me dijo con cara de risa.
No coño, pensé, este es el colmo, ¡un guardia burlándose de mi nombre!
Sí, le contesté, sin decir más.
¡Pues haga el favor y salga del auto ahora mismo!
¿Pero por qué?, refuté indignada.
¡Usted se sale o tengo que arrestarla por la fuerza!, gritó alterado. Noté que a varios conductores de otros autos les estaba sucediendo lo mismo y algunos salían con sus manos en la cabeza.
Me negué nuevamente:
¡No he cometido infracción alguna, oficial, esto es contra la ley!
¡Salga o disparo al cristal y la saco!, volvió a gritarme el oficial con rostro inflexible.
Agarré mi celular y comencé a marcar desesperada el 911, pero no tenía señal; parecía tener la batería completamente agotada.
Seguía marcando como demente, cuando escuché un estallido de vidrios tras mi espalda.
El oficial penetró por el cristal posterior y violentamente me expulsó hacia afuera por la puerta del conductor. Yo gritaba tanto que perdí la conciencia de lo que pasaba, pero al minuto noté que le sucedía lo mismo a cientos de personas.
¡Deja de gritar y mira hacia el frente!, gritó el oficial, forzando mi cabeza para que la levantara.
¡Mira y dime lo que ves!
Las lágrimas no me dejaban ver. De pronto noté que ya era de día y entre los cientos de autos y patrullas, los cientos de arrestados y gritos, distinguí claramente decenas de tanques militares y soldados resplandeciendo como un océano al final del horizonte.
¡Dime qué ves!, volvió a gritar el policía con rabia en mi oído, a lo que respondí llorando casi sin voz:
Veo tanques de guerra, una invasión.
¡Muy bien! ¡Así me gusta!, gritó otra vez el policía con un dejo de placer sexual en su voz.
¡Ahora camina hacia allá!
¿Qué? No, por favor, alcancé a implorar gimiendo.
¡Camina hacia allá o te vuelo el cerebro aquí mismo!
¡Por favor, por favor! Supliqué llorando, pero ya no sabía si las palabras salían de mi boca o de las de cientos de automovilistas clamando desesperados a mi alrededor.
Algunos disparos fueron mi respuesta. Cuerpos esparcidos por doquier, desmembrados, sangrantes, yacían en la carretera. Quienes se negaban a caminar en dirección a los tanques militares eran eliminados sin compasión.
Está bien, musité aterrorizada, iré. Aunque me pareció que nunca lo dije.
El policía no habló más ni se movió de donde estaba. Desprendió sus musculosos brazos de los míos y me dejó ir.
A mi lado caminaban jóvenes, adultos, ancianos y niños con el mismo rostro horrorizado.
Nadie parecía mirar al otro.
Nos acercamos a los tanques de guerra y decenas de soldados vinieron a nuestro encuentro.
Uno de ellos se detuvo frente a mí.
¡Wendy McDonnald! ¿Así que quiores mandarlou todou a la miarda?
Traté de contestarle, pero mi boca no pronunció palabra.
Me tomó de un brazo con extraña amabilidad y caminó a mi lado dirigiéndome hacia los tanques. A este punto no mostré resistencia. Otros automovilistas caminaban escoltados por soldados cerca de mí.
No fue hasta entonces que vislumbré una especie de óvalo enorme transparente.
Parecía una luna llena oculta tras los tanques.
Nos hicieron entrar por una puerta cristalina que cedió ante nuestros cuerpos.
Allí la vi.
Entre miles de personas desconocidas, mi madre abría sus brazos para recibirme.



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2 comentarios:

Ivonne Acosta Lespier dijo...

Ana: No kidding..¡Espeluznante es poco!!

Ana dijo...

Jajaj Ivonne, se me antojó escribir de estas cosas, para sazonar la política que sí es horror.
Pero como soy "tan minimalista"
:S se me complicó.

Me gusta mucho octubre y el otoño, y dos personas que quiero muuuuucho cumplen años este mes, así que por la crisis tendré que regalarles esto!
:D

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