sábado, 7 de febrero de 2009

Adiós árbol

Puerto Rico, siglo 19, maquillado de siglo 21, AC (asqueroso caos).

¡Maldita vecindad!
Por tercera vez, vecinos han cortado las ramas de un árbol que mi familia sembró hace aprox. 20 años en el encintado frente a nuestra propiedad, sin considerar que en pasadas ocasiones nos opusimos a su corte.
Toda una sorpresa cariñosa antes de iniciar meses de asqueante calor.
Esta vez ni se molestaron en consultarnos, contrario a la vez anterior, que nos mintieron diciendo que sólo cortarían unas ramitas.

El árbol era sombra, mejor temperatura, filtraba el diesel que nos fumiga a diario otro vecino con su camión y era refugio de varios tipos de aves.
Ahora es sólo un tronco con ramas cercenadas al ras.

¿La razón del corte?
Molestan las hojas que caen.
Punto.

En esta isla mucha gente dis que educada, ejemplar, sacrificada, etc., etc. con violín y perro aullando, odian, aborrecen, detestan a muerte los árboles con todas las fuerzas de su ser, simplemente porque le recuerdan el campo, la pobreza, el tó-en-uno, las palizas salvajes que le propinaban sus padres, o qué sé yo qué traumas! Pero de que los odian, los odian, por eso los matan.

Otros árboles sembrados frente a otras casas arrojan hojas, pero nadie los toca, sólo los residentes de la propiedad que corresponda.

Entonces, ¿por qué cortaron el árbol frente a mi hogar y no otros?

Veamos:
Será porque los dueños de otras casas están armados y tienen un carácter de mil demonios?
Será porque en mi propiedad somos todas mujeres, pero no hay una Doña Bárbara?
Porque los destructores piensan que en mi casa no vive gente, pues no decoramos en navidad?
Porque no tenemos poder político, económico, o "palancas" suficientes para impresionar sus cerebros de mime y que así respeten nuestro espacio?
Porque no somos fanáticos religiosos o políticos que se van de pecho por el partido de turno y programas de chisme que a ellos les hacen salivar?
Porque no la pasamos en casa de nadie compartiendo chismes y regalitos?
O será porque en Puerto Rico, sencillamente, no existe ningún tipo de Ley que haga respetar un árbol a menos que la gente proteste o lleve el caso a tribunal?
En fin…

No tengo nada bueno que decir de todo esto y no fingiré felicidad para crear ilusiones o complacer a optimistas hyper que sufren traumas por mi pesimismo realista.
Me siento desprotegida, frágil, abandonada, impotente ante la desgracia, en una isla que sangra y de la que no puedo escapar su incompetencia, insensibilidad y abandono ante su “salud” mental e inseguridad.

Mi isla está en decadencia, en picada emocional.
Resalta la mala fe y la traición tras la sonrisa.
Resalta la inseguridad que vivimos a toda hora, principalmente contra la mujer, los niños.
Resalta la envidia y egocentrismo enfermizo, los trastornos, la cultura del machismo, el consumo como valor, la adulación, la violencia.
Y tan siquiera puedo disfrutar de un árbol que mejore mi calidad de vida el próximo verano.
Sigo?
Lo único esperanzador es que después que el caos barra a medio país, vendrá el orden.
Aunque no sé cuál exactamente.
Como en todo, sobrevivirá el más fuerte.
Yo a lo mejor no sobrevivo, porque anoche la pasé llorando por el árbol, por mi país y todo lo que aquí no digo.

Sí, soy así de emo, ¿y qué?
Es mejor llorar un rato que hacerse el robot y explotar como demente, afectando a otros.

Como en todo país, en Puerto Rico hay gente buena y digna, con valores y sensibilidad de apertura, gente educada desde su alma y no sólo en apariencia.
Gente que no mata árboles, ni gatos, ni perros, ni abandonan a sus hijos, ni humillan a quienes atraviesan crisis para sentirse superiores, ni abusan ni maltratan, ni manipulan el dolor ajeno, ni excusan violaciones o abusos por la ropa que llevaba puesta la víctima, el horario o lugar en que estaba o su nivel "moral" o clase social.

¡Sí, los hay! ¡Boricuas excelentes!


Lamentablemente los puertorriqueños tóxicos me han tocado muy de cerca, lo suficiente para morírseme las ganas de quererlos para siempre.

Pero a ti que me lees, posiblemente sí te quiero.
;-)

Dedicado con todo mi optimismo, a quienes odian mi pesimismo fatalista, por miedo a verse reflejados en él y perder la cordura que les mantiene negando su patética realidad.

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